La semana pasada se celebró el 75 aniversario del final de la II Guerra Mundial en Europa, aún faltaban las bombas atómicas y el rendimiento de Japón. Fue la guerra que ha causado más muerte y destrucción. Pero de la sangre y los escombros surgieron algunos de los progresos más importantes que ha vivido la humanidad.
La nueva gran potencia mundial, los EEUU, se lanzó con generosidad y con inteligente interés propio a la reconstrucción de Europa y Japón, incluyendo la puesta en marcha de las economías de sus recientes adversarios bélicos. Con las Naciones Unidas, a pesar de la Guerra Fría, fue surgiendo un nuevo aprecio y respeto por los derechos humanos, se dio la descolonización, se crearon mecanismos para procurar la paz en medio de insurgencias bélicas, se generó consciencia de lo beneficioso para los poderosos que es el progreso de los países pobres. Nació toda una institucionalidad para promover el desarrollo económico con el Banco Mundial, los bancos regionales, los organismos especializados (FAO, UNCTAD, etc) y regionales de NNUU. Con el Fondo Monetario Internacional se actuó para procurar la estabilidad monetaria interna y en las relaciones financieras internacionales. Con el GATT y luego la Organización Mundial del Comercio se normó el comercio internacional procurando la eficiencia y la participación de todas las naciones. Se fue formando entre adversarios de esa II Guerra Mundial la Unión Europea, se dio el Milagro Alemán, el crecimiento vertiginoso de Japón, la irrupción de los tigres asiáticos y el celta y vino la apertura de China, y su ingreso a la OMC. También se fortalecieron instituciones para el desarrollo social de más antiguo pedigrí como la OIT y la OPS y se lanzaron nuevas iniciativas como OMS, UNESCO y UNICEF. Las democracias, la libertad, y el imperio de los derechos humanos han tenido un crecimiento extraordinario. Se fortaleció en la Corte Internacional de Justicia la antigua entidad surgida después de la Primera Guerra Mundial y nacieron los sistemas regionales de defensa judicial internacional de los derechos humanos y la Corte Penal Internacional. Creció exponencialmente el conocimiento y la tecnología, y se brindó acceso a la educación a una parte muy importante de la población del mundo; el analfabetismo disminuyó de 44 % en 1976 a 14% 2018 y se estima que en ese último año solo un poquito más del 8% de los niños en edad de asistir a escuela primaria no asisten a ella, con un aumento extraordinario en la asistencia de niñas. Y el más impresionante resultado, la pobreza extrema que se estimaba en dos terceras partes de los habitantes del planeta en 1945, la estima el Banco Mundial para 2015 en 10%. Los 733 millones de personas en pobreza extrema en 2015 son muchas personas, pero son menos de la mitad de las personas en esa condición 70 años antes, y eso a pesar de que la población del mundo es prácticamente 3 veces mayor.
Claro que hay muchos problemas sin resolver. 10% de gente en la miseria y 8% de niños sin ir a la escuela son un problema inaceptable para un mundo con los niveles de conocimiento y riqueza de nuestro siglo XXI. La desigualdad ha estado creciendo (no en América Latina) en los últimos 30 años. La capacidad productiva se ha ido concentrando en pocas empresas. Después de la Gran Recesión ha desmejorado la confianza en la democracia, en la globalización, en las instituciones internacionales, y ha aumentado la desconfianza de los ciudadanos en las élites. Hoy imperan las paparruchas (fake news) y el uso de las redes sociales a separado en grupos radicales y antagónicos a buena parte de los ciudadanos. Los populismos nacionalistas de derecha y de izquierda se han fortalecido. Y todavía miles de millones de personas viven sin disfrutar ni de libertad ni del respeto de sus derechos humanos y el crimen internacional de drogas, personas y armas impide su paz y su seguridad; miles de niñas son mutiladas sexualmente; las mujeres son discriminadas en salarios y oportunidades y siguen vigentes las amenazas a la propia supervivencia de la especie humana por las armas nucleares, el cambio climático y los posibles abusos en el manejo de la inteligencia artificial, la tecnología de infocomunicación y la bio-sicología.
Hoy vivimos una epidemia que ha conmocionado al mundo. El COVID-19 amenaza la salud y la vida en el mundo entero, hace colapsar los sistemas de salud de países y ciudades ricos (Italia, España, Nueva York) y lanza al mundo a una crisis económica con caída en la producción y aumentos en el desempleo y la pobreza generalizados que podrían llegar a superar los horrores de la Gran Depresión.
¿Podremos después del ataque de este virus SARS-CoV-2 estar a la altura de nuestros antepasados al final de la II Guerra Mundial?
No será fácil lograrlo. Tanto por el enorme empobrecimiento y el retroceso en bienestar que produce el COVID-19, como por las tendencias que heredamos.
El cambio tecnológico nos ha llevado a la concentración de la producción en unas cuantas empresas, algunas de las cuales están siendo fortalecidas por la economía de aislamiento social que vivimos.
Como todas las naciones, Costa Rica enfrentará la caída en los ingresos y el gasto de los países con los que intercambiamos, y sufrirán la llegada de turistas, nuestras exportaciones y la inversión extranjera. También deberemos enfrentar un mercado financiero internacional en el que se exige a los países emergentes y pobres una tasa de interés muy alta, que en nuestro caso es “obscena” por la pérdida sufrida en la calificación de riesgo, por la muy precaria situación fiscal, por el alto endeudamiento público, por el muy lento crecimiento económico y por los crecientes y altos desempleo e informalidad que ya prevalecían antes de la pandemia. Costa Rica con Argentina, Belice, Ecuador, El Salvador y Venezuela forma parte de los países de América Latina con más oscuras perspectivas para lograr el financiamiento fiscal y la reactivación en 2021.
Después de la II Guerra Mundial, en Costa Rica nuestros padres y los abuelos de muchos de los actuales habitantes vivieron una época muy conflictiva de 1944 a 1950. Y sin embargo se las arreglaron para sacar partido de los cambios positivos de inicios de esa década y del mundo posbélico.
¿Sabremos las actuales generaciones actuar con igual inteligencia, patriotismo y visión que ellos? ¿Servirá la unión familiar en el aislamiento y la consciencia de la dependencia de unos en los otros, personas y naciones, para fortalecer las acciones racionales y solidarias conjuntas frente a los duros retos? ¿Prevalecerán, pasado el miedo al contagio, los valores de solidaridad, análisis serio y cuidadoso de las soluciones, esfuerzo propio y ayuda mutua que enfrentar la enfermedad han despertado? ¿O, dejaremos que las divisiones, los prejuicios, las envidias y la desconfianza dominen nuestras acciones y nos empujen a populismos y acciones irracionales que dificulten la recuperación de nuestra economía? ¿Escogeremos enzarzarnos en luchas politiqueras por ganancias de corto plazo a tomar las duras acciones necesarias para reencaminarnos hacia el bienestar?
La solución costarricense, unión previsora, es nuestro camino para levantarnos de la grave postración en que quedará nuestra economía y revertir sus altos costos sociales. La solución costarricense exige que desde ya actuemos de esa manera.