Una medición internacional de la calidad institucional muestra un claro retroceso democrático en la mayoría de los países.
En los últimos meses de 2022, los chilenos deberán ir a las urnas para aprobar o rechazar la nueva constitución que se está discutiendo en estos días. La forma en que se gestó este proceso en uno de los países más estables y con instituciones más sólidas de la región resulta una buena muestra de los desafíos que enfrentan la democracia y las libertades en América Latina y de las paradojas de los tiempos en que vivimos.
Desconexión. La inesperada y violenta explosión social que sacudió a Chile en octubre de 2019 sacó a la luz la creciente desconexión entre la sociedad y las elites políticas y económicas. El país que era señalado como ejemplo en la región entró súbitamente en un proceso de crisis institucional y de gobernabilidad que pudo encausarse gracias a un esforzado acuerdo para la redacción de la nueva constitución que hoy se discute.
La gran paradoja es que las protestas generadas por esta crisis representativa fueron, dejando de lado la violencia extrema que las acompañó, una muestra contundente de participación democrática, pero desataron un proceso de revisión institucional que conlleva riesgos para las libertades y las instituciones democráticas, como se ha visto en algunas de las propuestas que se están discutiendo para la nueva constitución.
La crisis política chilena, si bien llamativa y la de mayores proporciones en la región, no fue una excepción. En otros países latinoamericanos -incluyendo Colombia, Perú, Panamá, Bolivia y Ecuador- se desencadenaron protestas en los últimos dos años. Lo más problemático de esta tendencia es que, dada la débil institucionalidad democrática de la región, con la excepción de Uruguay y Costa Rica, , el malestar social empeora la percepción de la ciudadanía respecto a la democracia, abriendo la puerta a pulsiones autocráticas.
Retrocesos. Todas las regiones geográficas analizadas han venido mostrando retrocesos en el Índice de Transformación que la Fundación Bertelsmann (BTI) mide cada dos años desde el año 2004. De los 137 países analizados por el BTI en el informe 2022, solo 67 siguen siendo democracias, mientras que el número de autocracias ha aumentado a 70. La pandemia del Covid hizo, además, más fácil el trabajo para muchos autócratas, que han aprovechado la necesidad de control y limitación de los movimientos de las personas por motivos sanitarios para aumentar su control sobre la sociedad.
El retroceso que muestra el BTI coincide con un deterioro en las condiciones económicas de la mayor parte de los países, que se exacerbaron a raíz de la pandemia: 78 de los 137 países considerados en el análisis mostraron fuertes recesiones, lo que aumentó la exclusión social, agravando a su vez la crisis de la institucionalidad política.
El deterioro de las democracias está asociado a la presencia de elites políticas y económicas que se vieron desproporcionadamente beneficiadas de la prosperidad económica de las últimas décadas, aumentando la sensación de malestar de la mayoría de la población pese a los avances económicos concretos que gozaron en estos años.
El declive latinoamericano. En el caso de América Latina, con el fin del súper ciclo de las materias primas y la ralentización de las economías aumentó la sensación de precarización en países cuyos gobiernos habían invertido poco o ineficientemente en mejorar la provisión de servicios clave para la población, como educación y salud, y que no enfrentaron el endémico problema de la corrupción.
Muchos de los países de la región se quedaron en las llamadas reformas de primera generación, que permitieron estabilizar las economías, mejorar el clima de negocios, crear condiciones de crecimiento y establecer manejos prudentes de las variables macroeconómicas. Pero avanzaron poco y nada en establecer sistemas tributarios más justos y progresivos y en mejorar la eficiencia del Estado. La corrupción, además, siguió y, en el mejor de los casos, cambió de rostros. Esto se tradujo en un fuerte debilitamiento de los partidos y de los políticos en general, creando las condiciones para una preocupante crisis de representatividad política.
Esto explica en buena parte lo sucedido en Chile, así como las protestas en Colombia, un país que había llevado a cabo importantes reformas y había ganado competitividad. Perú es un caso aparte, en el que la crisis institucional se viene arrastrando desde hace décadas, pero manteniendo al mismo tiempo una economía dinámica y en crecimiento. El resultado de las últimas elecciones, con una grave atomización del voto y una segunda vuelta presidencial que enfrentó dos extremos, ha polarizado aun más al país, esto en medio de un problema de corrupción vinculado a la política que no parece tener fin. Habrá que ver si la economía sobrevive a esta crisis.
México. México, el cuarto mosquetero de este grupo de países que sobresalía por su apertura económica, crecimiento y buen clima de negocios -la llamada Alianza del Pacífico- cambió de rumbo en 2018 con la elección de un populista como Andrés Manuel López Obrador. Las políticas del presidente mexicano, ancladas en paradigmas desarrollistas de hace sesenta años, amenazan la competitividad del país. Pero, más grave aún, su estilo populista, basado precisamente en el rechazo de la población hacia las elites, tanto políticas como económicas, está erosionando una institucionalidad que había venido fortaleciéndose lentamente desde las reformas políticas de fines de los 90 pero que todavía era débil y muy vulnerable a la corrupción, tanto económica como de las mafias ligadas al narcotráfico. El debilitamiento del Instituto Federal Electoral, de los distintas Comisiones creadas para supervisar áreas clave como la energía, la opacidad con la que se han adjudicado y gestionado multimillonarias obras de infraestructura y el enfrentamiento personal del presidente con los medios de comunicación han contribuido a que México figure como una democracia “altamente defectuosa” en el informe BTI 2022.
Por varias razones, sin embargo, México es un interesante caso de estudio. El gobierno ha tenido un manejo más que cuestionable de la pandemia. Varias áreas en las que López Obrador había prometido progresos, como seguridad y crecimiento económico, muestran, a mitad de su mandato de seis años, cifras paupérrimas. No obstante, el presidente mexicano goza de niveles de aprobación del orden del 60%.
Además de sus excepcionales dotes como comunicador, algunas de las razones que explican esto han sido algunos programas sociales focalizados en segmentos pobres de la población y en políticas de recuperación de áreas comunales, lo que crea la percepción que el presidente se preocupa de los más pobres. Demagogia, dirán muchos. Pero conviene tener estos fenómenos a la vista cuando países relativamente exitosos como Chile explotan precisamente por la sensación de exclusión que afecta a las clases medias y a los sectores de menores ingresos.
El punto positivo que resalta el BTI 2022 es el fortalecimiento y mayor protagonismo de la sociedad civil frente a los problemas de exclusión social y manejo ineficiente del Estado. Esto incluso se está dando en la dictadura más dura y antigua de América, Cuba. El surgimiento de la sociedad civil plantea un gran desafío a las fuerzas democráticas: crear un marco que permita canalizar este protagonismo hacia soluciones institucionales, en un marco que recupere las reglas del juego democrático y facilite el diálogo y el entendimiento entre todos los actores del ámbito político, social y económico.
La falacia de las autocracias. Los resultados de la medición del BTI 2022 permiten, de todas formas, ver el vaso medio lleno para América Latina. La buena noticia es que en la región no se registraron regresiones hacia regímenes autocráticos y que la evolución del BTI, si bien negativa, estuvo en línea con la del resto del mundo. La mala noticia, y muy mala, es el afianzamiento de las autocracias, especialmente Venezuela y Nicaragua, y el claro retroceso en el clima democrático de varios países, incluyendo Brasil y Argentina.
Este retroceso, como señalamos, puede abrir la puerta a nuevas tentaciones autocráticas, en las que la ilusión de poder terminar con el circo de los políticos y la corrupción a través de un líder con carácter y mano firme crea las condiciones para mayores amenazas a las libertades, tanto desde la izquierda, como hemos visto en el caso de López Obrador, como desde la derecha, el caso del presidente brasileño Jair Bolsonaro.
A los pragmáticos que promueven las soluciones fáciles es bueno recordarles uno de los hallazgos del BTI 2022: por cada autocracia que muestra buenos niveles de gobierno, hay diez gobiernos autoritarios que se muestran sorprendentemente ineptos. Especialmente cuando hablamos de lucha contra la corrupción.
*Director del Consejo Consultivo de CADAL (www.cadal.org).