(El Pais.cr,San Jose 02/10/2019)
Hace 13 años, de visita en el Museo Histórico Cultural Juan Santamaría (MHCJS), en una de las vitrinas alusivas a nuestros héroes de la Campaña Nacional observé la carta que el general José María Cañas Escamilla —salvadoreño de nacimiento y costarricense por adopción—, escribió a su esposa poco antes de ser fusilado. En realidad, para mí no era algo nuevo, pues desde niño la conocía, ya que estaba contenida, junto con su imagen facsimilar, en un libro de texto para cuarto grado de primaria intitulado Centroamérica; por cierto, hace un tiempo tuve la fortuna de conseguir un ejemplar en una compraventa capitalina.
Cabe indicar que fue gracias a ese libro que entonces aprendí lo que significaba la palabra facsímil, que decenios después daría origen al por un tiempo revolucionario fax, ya casi en desuso. Pero, más que eso, la carta se fijó en mi mente para siempre, al punto que hasta hoy he retenido en mi memoria algunos de sus pasajes, y sobre todo su inicio: “Mi Lupita: Voy a ser fusilado dentro de dos horas. A nadie culpes en tu dolor por semejante suceso; y esto hazlo en memoria mía”. A mi corta edad, me estremecía imaginar cómo un hombre sentenciado a muerte podía tener la serenidad y el aplomo para escribir una carta a su esposa apenas dos horas antes de aproximarse al patíbulo.
Pero es que Cañas era así, imperturbable y magnánimo ante toda adversidad. E incluso chistoso, como lo revelan algunas acotaciones humorísticas en las otras tres cartas que escribió poco antes de encaminarse hacia los árboles de jobo que, a orillas del estero de Puntarenas, servirían de paredón ante las descargas de tan funestos fusiles, que apuntaban hacia uno de nuestros mayores héroes nacionales de la Campaña Nacional. Dos de las cartas eran para el comerciante chileno Eduardo Beeche Arana —casado con su sobrina política Dorila Argüello Mora—, y la otra para el general Gerardo Barrios Espinoza, colega de armas, incondicional amigo y presidente de El Salvador. Dichas cartas están transcritas e interpretadas en mi artículo Las horas finales: cartas postreras de Mora y Cañas (Revista Comunicación, 2010, Vol. 19).
Para retornar a la carta que vi aquel día en el MHCJS, era una réplica bastante defectuosa del citado documento, vale decir, una fotocopia de una fotografía o de otra fotocopia. De inmediato pensé que, en tiempos de multimedios, imágenes digitales, etc., eso no se justificaba, y que tal vez sería posible conseguir una fotografía de la carta original, impresa en alta calidad. Al consultarle al amigo historiador Raúl Aguilar Piedra —por entonces director del MHCJS— si sabía quién poseía esa carta, me respondió que un descendiente de Cañas residente en Santo Domingo de Heredia, de nombre Enrique Gutiérrez Diermissen.
¡Feliz conjunción de factores! Porque, en efecto, a Enrique lo conocía de vista, de cuando ambos trabajamos en la Universidad Nacional —él en la Escuela de Relaciones Internacionales, y yo en la de Ciencias Ambientales—, además de que vivo en San Pablo, a pocos minutos de su casa.
Averigüé su teléfono, lo llamé, y con gran gentileza Enrique accedió a recibirme. Solo faltaba conseguir un fotógrafo profesional, pues la carta está enmarcada, y los reflejos del vidrio podrían distorsionar la imagen. Pero, por fortuna, eso resultó sencillo. Recurrí a las autoridades del Instituto Nacional de Biodiversidad (INBio), de cuya Asamblea de Asociados soy miembro, quienes autorizaron que Fabio Hidalgo Arias me acompañara. Poco tiempo antes, él me había ayudado con varias fotografías para mi libro Karl Hoffmann: naturalista, médico y héroe nacional, publicado por el propio INBio; asimismo, da la casualidad de que Fabio vivía muy cerca de Enrique, de modo que todo se facilitó aún más.
Llegó el día esperado, y después de una calurosa bienvenida, tuvimos una prolongada y sabrosa conversación con Enrique, que Fabio registró con su cámara.
Asimismo, además de fotografiar un retrato original del general Cañas, que es el único que existe, al igual que uno de don Rafael Cañas Mora —hijo del héroe— con su esposa, Fabio tomó las fotos de la carta, que tanto anhelábamos (Figura 2). ¡Por fin, la carta estaba en mis manos! Pude leerla no sin nuevos estremecimientos, por su inmenso significado humano e histórico. Para quienes no la conocen, dice así:
Puntarenas, Octubre 2 de 1860
Mi Lupita
Voy a ser fusilado dentro de dos horas. A nadie culpes en tu dolor por semejante suceso; y esto hazlo en memoria mía.
Reduce tu familia cuanto puedas para que puedas soportar tu pobreza. Probablemente no podrás conseguir nada de tus bienes; pero Dios a ninguno desampara.
Propone a Don Santiago González que te dé dos o tres mil pesos, y que quede por su cuenta sola, la empresa del camino. Yo no le escribo sobre esto por falta de tiempo.
Aquí poseo únicamente mi reloj y unos pocos reales que serán entregados a Manuel [Argüello Mora], quien entiendo irá a esa para consolarte. Mis hermanos cuidarán de ti. Estoy muy seguro.
José María Cañas.
Sin embargo, debo decir que mi logro estaba algo empañado, pues pocas semanas antes el recordado intelectual y escritor don Beto Cañas había publicado su extraordinario libro 80 años no es nada: memorias. Bisnieto del general, ahí él relata que alguna vez su abuelo Rafael Cañas Mora le entregó dos cartas suscritas por nuestro héroe, las cuales entregó al Archivo Nacional en 1956, pero cuando las quiso consultar años después, se habían extraviado. Y, al referirse a la carta que ahora tenía yo en mis manos, fue enfático al señalar que “de la muy reproducida carta a su esposa, dos horas antes de su fusilamiento, solo se conocen copias (sé de dos), de artística y yo diría que profesional caligrafía que no corresponde a la escritura nerviosa de mi antepasado”.
En síntesis, que esta carta no fue la que emergió de la mano del general Cañas poco tiempo antes de morir. Además, que para descartar este hecho con total certeza, no se conocía la caligrafía de su ancestro, pues las dos cartas extraviadas “son, creo, los únicos documentos de puño y letra que se conocen de mi bisabuelo”.
Obviamente, le comenté esto a Enrique. Me respondió que él no podía aseverar que esto fuera cierto o no, pero sí tenía claro que los documentos del general que la familia atesoraba, en una ocasión fueron víctimas del ingreso de un intempestivo chorro de agua por una hendidura en el techo y el cielorraso de la casa donde estaba el mueble donde estaban almacenados. En pocas palabras, no había manera de verificar si la caligrafía de la carta en poder de Enrique realmente era la de Cañas.
Asimismo, Enrique me dio un dato adicional, sumamente interesante. En efecto, delimitada por un círculo, al pie de la carta y en su ángulo izquierdo, hay una rosa seca. Famoso por su galantería y su gran ascendiente entre las mujeres de la época, se ha dicho que Cañas tuvo el tierno gesto de cortar una rosa poco antes de ser fusilado y, como una muestra de amor por su esposa Guadalupe Mora Porras —hermana del presidente don Juanito Mora, fusilado dos días antes que él—-, la remitió junto con su misiva. Sin embargo, esto no es veraz. En efecto, esa rosa había sido cortada por él y enviada a ella, pero cuatro años antes, en Rivas, Nicaragua, cuando nuestras tropas estuvieron acantonadas ahí para enfrentarse al ejército filibustero encabezado por William Walker.
Enrique me explicó que, para la investigación conducente a la tesis de licenciatura en leyes, intitulada Antecedentes de la Guerra Nacional. Apuntes para nuestra historia diplomática, su familia le prestó varios documentos al joven Teodoro Picado Michalski, 22 años antes de que se convirtiera en presidente de Costa Rica. Una vez que Picado defendió su tesis, en mayo de 1922, devolvió los documentos y, con el don de gentes que lo caracterizaba, decidió colocar la carta en un sobrio marco y adjuntarle la rosa marchita, sin imaginar que tan fino gesto habría de provocar confusión muchos años después.
Debo confesar que, fotos en mano, en esos momentos sentí una especie de decepción o fiasco, pues además de que era poco probable que la carta fuera la original, la rosa no representaba lo que siempre se había creído.
Y…, ¿entonces? Pues entregué las fotografías al MHCJS y les indiqué lo pertinente, para que estuvieran informados y tomaran la decisión que juzgaran más conveniente.
Eso sí, para mí mismo me dije que algún día trataría de descifrar ese acertijo o enigma. Pero no me apresuré, pues por entonces tenía otros asuntos entre manos, y postergué mis indagaciones para mejores tiempos. Éstos vendrían unos cuatro años después, cuando surgió la oportunidad de escribir el citado artículo Las horas finales: cartas postreras de Mora y Cañas.
¿Dónde y cómo conseguir un documento con la caligrafía del general? Por supuesto que en el Archivo Nacional hay numerosos documentos suscritos por él, pero casi siempre calzados con un escueto Cañas, insuficiente para captar a plenitud su caligrafía. Lo hacía ya fuera en su condición de Intendente General —algo equivalente al puesto de Contralor General—, de líder militar en la Guerra Patria o Ministro de Hacienda y Guerra. Asimismo, por ocupar puestos de tan alta jerarquía, lo común era que un amanuense o escribano redactara o transcribiera los mensajes, para que él tan solo los firmara. Por tanto, no había concordancia entre el aspecto de la letra del cuerpo del mensaje y el de la firma.
Ante tal situación, se me ocurrió buscar documentos suscritos por él cuando, por tres años, fungió como comandante en el muy remoto y aislado puerto caribeño de Moín, donde de seguro no tenía escribano alguno; sin embargo, tras una extensa búsqueda, que implicó muchas horas y hasta días, los resultados fueron nulos. Fue por eso que decidí intentar en Puntarenas, donde él fue gobernador, pero tampoco fue sencillo.
Sin embargo, tras muchos esfuerzos, por fin pude hallar tres cartas oficiales, suscritas en su condición de Prior de la Junta Litoral del Sur (o Administración Marítima del Sur) y dirigidas a la Junta Itineraria (o Sociedad Económica Itineraria), y dos cuadros con unos balances de gastos, justamente de Puntarenas, en las que aparece su firma.
Cuatro réplicas de la firma del general Cañas. Fuente: Archivo Nacional.
En el caso de las cartas, hay bastante coincidencia entre la caligrafía del mensaje y la firma de Cañas, ambas de trazos finos y hasta estilizados (Figura 4). Las diferencias entre las cinco firmas son mínimas, como nos sucede a todos cuando rubricamos algún documento. Pero, lo más importante para los fines de nuestras pesquisas, es que la firma de Cañas difiere completamente de la que está en la histórica carta en poder de Enrique —hoy fallecido, lamentablemente— y también del MHCJS. Para concluir, y en pocas palabras, don Beto tenía razón.
Ahora bien, se ignora quién y por qué trazó esa carta apócrifa, pero es de suponer que, tal vez por el deterioro de la original —que desaparecería—, algún familiar tuvo la idea de transcribirla con una caligrafía hermosa, para conservarla en alguna caja de recuerdos. De hecho, aparte de estar amarillenta y ajada por el tiempo, tiene numerosos pliegues que sugieren que estuvo doblada en varias partes por muchos años, hasta que el estudiante Teodoro Picado tuvo la idea de enmarcarla.
Hoy 2 de octubre, al conmemorarse el 159 aniversario del vil y deshonroso fusilamiento del general Cañas —porque el propio gobierno golpista de José María Montealegre había garantizado su vida, con tal de que don Juanito aceptara ser ejecutado antes—, independientemente de las vicisitudes del documento original, el ejemplarizante contenido de la carta permanece incólume ante la historia, pues retrata a cabalidad la honda calidad humana de quien fuera el más querido y destacado líder militar en nuestra gloriosa Campaña Nacional.
(*) Luko Hilje Q.
(Luko@ice.co.cr)