El más reciente informe del Fondo de Poblaciones de Naciones Unidas, publicado el 30 de junio, advierte que la desigualdad de género tardará más de un siglo en disminuir y hasta 257 años si la brecha económica continúa el ritmo actual. Prácticas nocivas como la mutilación genital femenina, el matrimonio infantil y la preferencia por los hijos varones profundizan esta situación.
Nacer mujer implica una desventaja tangible. Así lo advierte Naciones Unidas muy pronto en las páginas del Estado Mundial de la Población 2020: “Es una mercancía con la que se comercia. Es un objeto de deseo. Es un estorbo del que librarse. Es una niña. Y eso quiere decir que su cuerpo, su vida y su futuro no le pertenecen, a pesar de los derechos humanos que le son inherentes”.
Desde el punto de vista de los derechos humanos, el documento expone que las niñas y mujeres del mundo están “ante varios tipos de violaciones, ya que se les niega el derecho a la igualdad y a no sufrir discriminación, además del derecho a la seguridad y la autonomía para tomar sus propias decisiones”. Especialmente centra su atención en tres prácticas nocivas que les dejan huellas físicas y psicológicas, espirales de pobreza, violencia y discriminación.
El solo hecho de llegar al mundo en la piel de una mujer puede significar el rechazo e, incluso, la anulación en la práctica de la preferencia por los hijos varones. “El nacimiento de una niña puede suponer una decepción”, dice el informe y, añade que “es posible que muera como consecuencia del abandono o actos más deliberados, todo lo cual equivale a la selección posnatal del sexo”.
El documento destaca que esta discriminación también sucede para evitar el nacimiento de mujeres a través de prácticas como la interrupción de un embarazo si el feto es de sexo femenino, la determinación del sexo antes de implantar el embrión y la clasificación de espermatozoides para la fecundación in vitro.
Es por esto que una de las principales conclusiones del Estado de la Población 2020 es que la preferencia por los hijos varones, el matrimonio infantil y la mutilación genital femenina son las tres prácticas nocivas contra niñas y mujeres en el mundo que tienden a ir de la mano del deterioro de factores como las diferencias económicas y los conflictos, además del aumento de la crisis relacionada con el cambio climático.
No en vano uno de sus datos más reveladores señala que el mundo tardará casi 100 años en “paliar la disparidad general entre los géneros” y que, si la brecha económica –que es mucho mayor– continúa su ritmo actual, “se necesitarán 257 años para lograr una verdadera igualdad”.
En Colombia, las dos prácticas nocivas contra las niñas y mujeres más comunes son los matrimonios infantiles –o uniones tempranas– y la mutilación genital femenina. Mientras que en la región de América Latina y el Caribe la más común es el matrimonio infantil. “Una de cada cuatro niñas se casa o establece unión informal antes de cumplir 18 años; en algunas partes de la región, la cifra es superior a una de cada tres”, señala el Fondo de Poblaciones.
Aunque todavía hacen falta mejores datos, el informe señala que el 55 % de las niñas de entre 10 y 14 años son madres en las zonas rurales, mientras que el 14 % lo son en los contextos urbanos. En Colombia, de acuerdo con Naciones Unidas, lo más probable es que las niñas y adolescentes madres en las zonas rurales estén unidas, ya sea en matrimonio o uniones informales.
Esto, sumado a las consecuencias a largo plazo de la mutilación genital femenina que todavía viven algunas niñas y adolescentes colombianas (como la reducción del placer sexual y el aumento del riesgo de eventos adversos durante parto y posparto), genera no solo relaciones de poder asimétricas que las afectan durante el resto de su vida, sino condiciones que promueven la desigualdad y discriminación.
Una de las mayores insistencias del Fondo de Poblaciones es la necesidad de atender estas amenazas para la situación de niñas y mujeres en el mundo, pues son prácticas que continúan prevaleciendo en el mundo pese a la pandemia, “y pueden agravarse en el contexto actual, retrasando los avances para disminuir la desigualdad”.
El horizonte para erradicar este tipo de discriminación que afecta a 84 millones de niñas en el mundo es aún muy largo, aunque tiene un objetivo claro a corto plazo. Durante la Cumbre de Nairobi, en noviembre de 2019, 173 países se comprometieron a erradicar dichas prácticas para 2030, y este año comenzó la ‘Década de la acción’ para alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible recogidos en la Agenda 2030, los cuales integran la meta 5.3: la que busca precisamente poner fin a todas estas prácticas nocivas.
Por ahora, las acciones propuestas por Naciones Unidas para contrarrestar esta problemática van desde la aprobación de leyes que prohíban las prácticas nocivas, “pasando por las medidas que mitiguen riesgos de que se lleven a cabo de manera clandestina, analizando los determinantes sociales y económicos, hasta garantizar los servicios de salud pública y educación”.
Aunque el cambio también depende, en buena medida, de las transformaciones culturales. En muchos casos, estas prácticas nocivas son realizadas por los padres, madres o las comunidades donde crecen las niñas e involucran creencias o dinámicas de aceptación social.