(Sputnik, Bolivia, 30/10/2019)
El proceso de cambio liderado por Evo Morales en Bolivia enfrenta nuevos peligros ante las protestas de la oposición que rechazan el resultado de las elecciones. Para comprender qué sucede, Sputnik entrevistó a Juan Ramón Quintana, ministro de la Presidencia, quien anticipa que vendrán batallas muy duras.
«Lo que estamos viendo es la ruta del golpe que se está desencadenando de manera intensa y a distintas velocidades en todo el territorio nacional», afirma Juan Ramón Quintana, ministro de la Presidencia en Bolivia. Responde a la entrevista desde la Casa Grande del Pueblo, sede del Gobierno, donde están desplegadas delegaciones de los movimientos indígenas, mineros, del partido Movimiento al Socialismo (MAS), entre otros.
Las claves de lo que podría suceder estaban desde antes de las elecciones del 20 de octubre que le dieron la victoria presidencial a Evo Morales: «el fraude es una coartada que fue instalada hace bastante tiempo en los medios de comunicación, las redes, a través de los opinadores contratados, organizaciones no gubernamentales con financiamiento extranjero, la Iglesia católica alineada con la derecha», explica Quintana.
A su juicio, la matriz de fraude fue «un montaje intensivo que se logró irradiar en la sociedad antes del evento electoral». Se trató de una serie de pasos diseñados y desencadenados según cada momento.
«Han pasado a una fase golpista pretextando el fraude, pidiendo que se vaya a una segunda vuelta, luego que se anulen las elecciones, desconociendo la victoria del presidente, diciendo elecciones nuevas, y seguramente van a seguir en la secuencia con el desconocimiento del Gobierno del presidente Evo», afirma el ministro.
Quintana habla de un «guión» montado para dar un golpe contra Morales, que ganó su cuarto mandato consecutivo. ¿Quiénes están detrás y a la cabeza de este intento?
Los actores nacionales y la geografía del golpe
El proceso de desestabilización tiene varios actores nacionales. Por un lado, está la primera fuerza de oposición, con la candidatura de Carlos Mesa, «que no es una fuerza política cohesionada, no es un partido, es una agregación de movimientos espasmódicos de la sociedad como son los jóvenes especialmente y la clase media y alta», explica Quintana.
Otro actor son los Comités Cívicos, «que se han convertido en los instrumentos operadores del golpe, son los que tratan de cargar legitimidad a este proceso de desestabilización». Uno de los dirigentes más reconocidos de los Comités es Luis Fernando Camacho, quien pide la anulación de las elecciones.
Junto con esos dos actores, están lo que Quintana define como los «grupos de choque», que «están organizados y financiados a través de los Comités Cívicos, son como los núcleos más duros, reclutados desde el lumpen, con drogadictos, expresidiarios, hasta plataformas ciudadanas».
Esos grupos actuaron, por ejemplo, en la quema de sedes del Tribunal Supremo Electoral o durante el 22 de octubre en la ciudad de Cochabamba, atacando a quienes se manifestaban a favor de Evo Morales.
Existen más piezas, como la Iglesia católica y organizaciones no gubernamentales «que son como hongos que están operando en el financiamiento», observa el ministro de Presidencia. Vehiculizan de conjunto un discurso «no solamente del fraude sino racista, excluyente, muy duro, violento, intolerante».No es la primera vez que el proceso de cambio boliviano se enfrenta a una escalada golpista. Sucedió entre 2007 y 2008. En aquella oportunidad la ofensiva estaba concentrada en el oriente del país, especialmente en Santa Cruz y zonas cercanas, como Beni, Pando y una parte de Tarija. Hoy, en cambio, «está discurriendo entre dos extremos, en el occidente La Paz, y en el oriente Santa Cruz, con sus satélites que abonan a la desestabilización de acuerdo a la cercanía con Santa Cruz o La Paz».
El objetivo, esta vez, es «quebrar institucionalmente el orden en La Paz». Quintana resalta la importancia de la capital: «si la quiebras el resto del país cae como dominó, por eso los Comités Cívicos están trasladando una gran parte de sus fuerzas más violentas, sus núcleos más temerarios a La Paz para asediar al Gobierno».
El cuadro se ha modificado. Quienes diseñaron este nuevo ataque cambiaron elementos. «Los norteamericanos aprendieron mucho estos años y hoy día lo están aplicando», remarca el ministro.
El factor norteamericano
«No cabe la menor duda que es un golpe financiado por los Estados Unidos (EEUU), han aprendido a mover muy bien sus fichas, especialmente para sostener toda una narrativa contra el Gobierno, articular a los actores con mucho financiamiento, desplazarse territorialmente y tener como contraparte todo un polo mediático desde el exterior vehiculizado por la Organización de Estados Americanos (OEA)», afirma Quintana.
Para entender el rol estadounidense es necesario verlo en perspectiva geopolítica, explica. Los objetivos que persigue son dos: «en primer lugar, quebrar este proceso de transformación, esta revolución democrática, cultural, liderada por un indígena que ha institucionalizado un modelo de desarrollo, estabilidad, crecimiento».En segundo lugar, el objetivo es el de «contener el efecto dominó de los gobiernos neoliberales en la región, porque hoy día la crisis del modelo capitalista está haciendo agua principalmente en los países peones del FMI», señala. Es el caso, por ejemplo, de Ecuador, Chile y Argentina, que han visto masivas impugnaciones al orden.
En ese contexto «Bolivia aparece como un actor regional fundamental para seguir evitando este efecto de caída de los aliados de Washington en un contexto de desquiciamiento, pérdida de control de los países de la región», considera el ministro.
EEUU tiene además por objetivos desmantelar tres grandes proyectos de desarrollo. El primero es el proyecto de vertebración interoceánica entre el pacífico y el atlántico, «que es un corredor estratégico para el comercio global y Bolivia lidera esa construcción».
El segundo es lo que Quintana llama «potencia geoenergética» boliviana. El proyecto es el de lograr «un Estado autosuficiente energéticamente, con dominio estatal sobre su potencial, y con capacidad de vender toda su potencialidad a los países de la región».
El tercero se refiere al «gran proyecto de desarrollo tecnológico-científico vinculado al litio», un material estratégico en el área de la producción, la medicina y la energía. Ese proyecto en marcha de desarrollo nacional ocurre en alianza con capitales extranjeros, como chinos y rusos.EEUU tiene así una disputa en su «dominio geoenergético de la región», y Bolivia, con el Gobierno de Evo Morales, es una pieza clave. Ese escenario hace prever a Quintana un escenario de «guerra de alta intensidad para el mediano plazo», una estrategia que se debe a que, como afirma, «es muy difícil quebrar el proceso de cambio de la noche a la mañana».
Las fortalezas del proceso de cambio
«Aquí hay una acumulación política de los movimientos sociales que están dispuestos a pelear», destaca Quintana. Se trata de lo que denomina como un «Gobierno de los movimientos sociales», lo que constituye una de las fortalezas centrales del proceso en marcha.
Esos actores políticos, sociales, sujetos históricos, que eran antes excluidos del orden dominante, «hoy convergen hacia un Estado plurinacional que los reconoce, incorpora, les da la posibilidad de definir futuro, no son actores, convidados de piedra, sino que son motores energizantes de un proceso dialéctico político dinámico».
Junto a esa fortaleza se encuentra la de la figura de Evo Morales como presidente indígena que posee «liderazgo, estatura moral, política y es un factor gravitante», resalta el ministro.Quintana se refiere también a la estabilidad económica y las respuestas hacia las necesidades sociales de los sectores más humildes. Uno de los objetivos es «que en el 2025 podamos reparar todos los daños del colonialismo interno, cancelando las deudas sociales como la extrema pobreza». Por último, destaca lo que denomina como «una fuerza ideológica muy fuerte que se nutre de ideales antiimperialistas, anticapitalistas, anticoloniales».
Esta conjunción de fortalezas obliga a la estrategia norteamericana a actualizar sus métodos de desestabilización, ante lo cual Quintana prevé un escenario complejo: «Bolivia se va a convertir en un gran campo de batalla, un Vietnam moderno porque aquí las organizaciones sociales han encontrado un horizonte para reafirmar su autonomía, soberanía, identidad».
¿Qué hacer?
La respuesta debe transcurrir sobre dos carriles: «ocupación de calle y credibilidad». Esto significa por un lado «recuperar la iniciativa en la calle», así como «el desafío a transparentar el sistema de cómputo que eso le otorgaría legitimidad al Gobierno», explica Quintana.
Esas dos variables ya fueron puestas en marcha. Por un lado, los movimientos comenzaron a desplegarse en varias partes del país —como frente a la sede de Gobierno— y el Gobierno anunció que hará una auditoría de la cual participarán representantes de la OEA.»Va a ser una dura batalla, una batalla campal frente a la virulencia mentirosa de los medios, las redes. Es una guerra de dimensiones muy complejas, desconocidas, que nos va a exigir muchísimo agudizar el pensamiento, la estrategia de autodefensa de este proyecto», concluye el ministro de la Presidencia.