La avanzada del progresismo en América Latina es un signo esperanzador. El liderazgo político de Manuel López Obrador y Luis Inácio Lula da Silva podría convertirse en las dos manos que acerquen a los pueblos al Sur del Río Bravo en un abrazo fraternal y amistoso. Ambos líderes, han enarbolado la bandera de la dignidad latinoamericanista y han abierto senderos para profundizar la integración y la unidad de nuestros pueblos. No sólo representan a los dos países más grandes de América Latina, México y Brasil, sino a dos pueblos con una trayectoria histórica de liderazgos progresistas, que son símbolo de la incansable lucha por la independencia y la soberanía económica y geopolítica.
Vivimos tiempos donde el derrotero global y planetario apunta a un perfil geopolítico multipolar e intercultural. El mismo, representa un desafío para construir alianzas, sólidas y estratégicas, entre países y regiones que contribuyan al desarrollo con justicia y paz social. Para ello, es fundamental que se creen y consoliden bloques regionales que permitan generar condiciones para un nuevo marco de cooperación y relaciones comerciales, culturales y políticas, que propicien y fortalezcan sistemas políticos democráticos estables, países gobernables y una convivencia humana planetaria más digna, es decir, más equitativa, hospitalaria y afectiva.
La crisis de los regímenes democráticos actuales, debido a los índices crecientes de desigualdad, pobreza y criminalidad, obedecen, en gran medida, a un modelo de globalización geopolítica y económica que se ha venido configurando sobre un patrón de dominación socialmente empobrecedor y excluyente, culturalmente devastador, por lo discriminatorio y xenófobo, y política y económicamente neocolonial hegemonista.
Esta “segunda ola progresista”, a la que asistimos hoy en América Latina, es una valiosa oportunidad para contribuir a afianzar los vínculos de cooperación y solidaridad regionales. En un contexto geopolítico agitado por una sucesión de conflictos bélicos con participación directa de potencias militares, como Estados Unidos y Rusia, América Latina tiene que asumir el desafío de afianzar un rumbo propio para no dejarse arrastrar por estos vientos bélicos, y convertirse en fácil presa de intereses geopolíticos que no favorecen su desarrollo como región.
América Latina cuenta con los recursos suficientes para convertirse en una de las regiones, humana y ecológicamente, más prósperas del mundo. Para ello, es fundamental, como señalan los pensadores de la decolonialidad, superar, entre otras, la colonización epistémica (Enrique Dussel). Reconocernos, desde nuestras raíces ancestrales, como pueblos con valores, dignidad, conocimientos y capacidades suficientes para levantarnos sobre nuestros propios pies. En esta búsqueda, por afirmarnos como región, hay que leer y releer la novela decolonial por excelencia Tenochtitlán del insigne y laureado escritor costarricense, y adoptado por México, José León Sánchez. Nuestra visión de mundo está en nuestras novelas, dijo Ernesto Sábato.
Es la hora de América Latina. El tiempo oportuno para articular y ofrecer, como región, una alternativa al modelo dominante de globalización neocolonial. Mostrar que sí es posible, según lo expresado por el Papa Francisco, construir fraternidad universal y amistad social. Que la cultura de la violencia, el odio, el miedo y la insolidaridad tiene todavía un frente de resistencia cultural y político en una región latinoamericana decidida a apostar por la promoción y defensa de los derechos humanos y la convivencia pacífica, digna y solidaria entre los pueblos.
Y que el ruido ensordecedor de las bombas no ha opacado las voces de la no-violencia activa por la paz con justicia social, para hacer posible que los niños y niñas sigan sonriendo y sembrando esperanza, mientras sus madres y padres abonan el jardín sin “junglas” de la hermandad universal.
“Los niños estaban ahí escondidos cuando entró el soldado castellano y elevó la espada para rematar al anciano… Orinó con un chorro caliente de orines sobre el rostro ya sin ojos de esmeralda del señor Huitzilopochtli…y salió. El anciano miró a los niños. Luego se dirigió hacia un viejo arcón empotrado en una de las paredes pintadas de rosa y verde con la historia de las batallas de Tezcatlipoca y sacó una manta de cabuya.
–La ciudad está perdida…–les dijo–, pero yo les regalo esto…–y les enseñó un puñado de granos de maíz´[…]
“Un grano de maíz para que tengan vida y puedan ver el camino ahora que va a caer la noche. Un grano de maíz para que puedan vivir… El otro grano de maíz no es para alimentar el cuerpo, sino el corazón…Llévenlo a su lado…Cuando lleguen al otro lado de la laguna busquen un lugar y siémbrenlo. Mientras un grano de maíz pueda germinar sobre la tierra extensa de Anáhuac, México Tenochtitlán, nunca, nunca, nunca…ha de morir.” (Sánchez A., José L. (2012) Tenochtitlán. La última batalla de los aztecas. México, Random House Mondadori. p. 400-4001)
(*) Álvaro Vega Sánchez, sociólogo.