¿Cuántos calificativos se pueden aplicar a una conducta machista, misógina, grosera, denigrante, inadmisible, repudiable, como la que mostró en redes sociales un médico? Posiblemente muchas más de las que ya han sido expresadas por una comunidad indignada ante semejante comentario.
Pero el repudio que ha generado no pasará de ser una reacción si no se toman acciones que permitan sancionar esta y otras publicaciones en las redes sociales que buscan mancillar, ofender y denigrar la dignidad de las personas, valiéndose en muchos casos del anonimato que les brinda este medio de comunicación.
El caso que nos ocupa se ve agravado por el lenguaje soez, irrespetuoso y ordinario en contra de una mujer que, independientemente de su condición como figura pública, merece respeto, ante todo simplemente por ser una persona, un ser humano con dignidad.
Los gratuitos insultos a la diputada pusieron en evidencia la falta de tolerancia que estamos viviendo en nuestro país y los altos niveles de violencia en contra de las mujeres.
Cuando un hombre, con formación universitaria y una relevante posición en el sistema de salud, es capaz de hacer una publicación que rebalsa todos los límites, es evidente que estamos fallando en algo, que los sistemas educativos, la sociedad y la familia hemos dejado de formar en valores y principios, y que la cultura de violencia y maltrato nos está ganando la partida.
Porque esta expresión escrita solo ha puesto en evidencia lo que en muchos círculos se habla y se practica: un trato agresivo, despectivo y ofensivo en contra de la mujer. Para bien o para mal las redes sociales les dan hoy una voz visible a los agresores, a los resentidos, a los violentos, a los frustrados, a los intolerantes cuyas expresiones antes quedaban contenidas dentro de los grupos en los que se movilizan y hoy se propagan de forma exponencial, gracias a que los usuarios las comparten y copian, sin medir consecuencias o repercusiones.
No tengo claro cuál fue el detonante que llevó al galeno a emitir términos tan soeces, pero creo que el país entero debe poner atención a este tipo de reacciones virulentas y sin sentido.
Unas veces son las mujeres las víctimas de estos ataques, pero iguales insultos he visto en contra de los homosexuales, en contra de las organizaciones religiosas, las autoridades, los sindicalistas, los maestros… No hace mucho vimos una reacción inexplicable en contra de nuestra selección y hasta amenazas de muerte para su entrenador.
Las personas en su enojo confunden la libertad de expresión con la libertad de agresión y creen tener el derecho de ofender y golpear a quienes no opinan como ellas, a los que no practican sus creencias, a los que no son de su color político, a los que no cumplen sus expectativas, a los que no comulgan con sus excesos e intolerancias.
Sí, las redes sociales nos desnudaron para poner en evidencia que nuestra pacífica y democrática Costa Rica ha cambiado, que hay gente llena de ira y de odio, capaz de lanzar los más terribles epítetos porque se ha perdido el respeto por todo y por todos.
Este lamentable episodio por un momento nos obligó a hacer un alto en el camino, pero conforme pasa el tiempo retomamos nuestro camino y posiblemente en unos días más pensemos que “no fue para tanto”, que fueron solo expresiones inoportunas y groseras, desconociendo el peligro latente que existe en que de las palabras se pase a las acciones.
No podemos seguir ignorando que nos estamos convirtiendo en una sociedad violenta, una sociedad que se reconoce como la más feliz del mundo, pero que día a día ve cómo el crimen se apodera de sus calles, cómo aumentan las denuncias de violencia intrafamiliar y los femicidios, cómo a las salas del Hospital de Niños acuden más pequeños golpeados y asesinados, cómo en las escuelas y centros de trabajo el acoso es una constante, cómo los comentarios llenos de odio desbordan las redes sociales.
Costa Rica se nos está yendo de las manos…
Tinta con sentido / Gloria Bejarano Almada