Ha aparecido en el firmamento el hombre “fuerte” que muchos anhelaban en Costa Rica. Lo peor es que uno escucha, en gente con cierta formación académica y que uno consideraba con un criterio digno de ser considerado, un aval a ese tipo de retórica de “outsider”; para decirlo en clave histórica, parecieran romanos del siglo primero antes de nuestra era que, ansiosos, esperan que Cayo Julio César proceda a cruzar el Rubicón e imponga su mano fuerte a la institucionalidad romana o en nuestro caso, a la institucionalidad costarricense.
Los que así piensan desconocen años y años de historia tratando de evitar que ese tipo de situaciones se den en las diferentes sociedades humanas. El desarrollo que desde la Modernidad occidental se ha dado en relación con los Derechos de las personas, ha sido una lucha para evitar la arbitrariedad en el ejercicio del poder; todo lo que se ha construído desde aquella época y hasta nuestros días, ha tenido como principal objetivo limitar el poder que se ejerce por medio de las estructuras de gobierno (políticas, económicas, sociales) contra los miembros de una determinada sociedad.
Quienes así piensan no han entendido el sacrificio, en vidas humanas, que ha implicado el desarrollo de la democracia entendida como forma de gobierno. El simple hecho de entender que la soberanía reside en el pueblo y no en el Rey o el Monarca, supuso revoluciones y muchos muertos; parece mentira que haya personas que crean en esos discursos mesiánicos, sin embargo, para desgracia de todos, existe una tendencia a dar cabida a ese tipo de demagogia.
Los problemas de la democracia no se arreglan renunciado a los postulados básicos que la han estructurado. No se trata de volver a darle vuelta al principio de soberanía popular para decir que ahora le vamos a otorgar a un individuo la posibilidad de gobernar con mano dura. Tampoco es conveniente renunciar a nuestra responsabilidad en la toma de decisiones y dejarle a una persona el espacio para que adopte decisiones sin ningún tipo de limitación.
La democracia, tal y como la hemos entendido hasta la actualidad, es necesario reformarla. Ahora bien, reformarla no supone eliminarla como algunos quisieran; al contrario, los demócratas debemos hacer un ejercicio profundo de reflexión para proponer y lograr acuerdos que permitan al régimen democrático funcionar adecuadamente.
Cuando veo lo que está pasando en Costa Rica y en el Mundo, irremediablemente, recuerdo las palabras que Erich Fromm escribió en el último párrafo de su obra clásica, “El Miedo a la Libertad”:
“(…) Actualmente el hombre no sufre tanto por la pobreza como por el hecho de haberse vuelto un engranaje dentro de una máquina inmensa, de haberse transformado en un autómata, de haber vaciado su vida y haberle hecho perder todo su sentido. La victoria sobre todas las formas de sistemas autoritarios será únicamente posible si la democracia no retrocede, asume la ofensiva y avanza para realizar su propio fin, tal como lo concibieron aquellos que lucharon por la libertad durante los últimos siglos. (…)” Fromm, 1985, p.302.
Los democrátas requerimos redoblar esfuerzos para no sucumbir ante los cantos de sirena de los demagogos. Se trata de un apostolado que, en no pocas ocasiones, requiere nadar en contra de la corriente.
(*) Andi Mirom es Filósofo