De cal y de arena
Los partidos políticos en profunda crisis y sin perspectivas de cambio. Hoy están en las antípodas de la esencia propia de un partido político, devastados por una corrosiva labor de zapa emprendida por dirigentes cantonales que no ven más allá de lo que les permiten sus ambiciones de corta dimensión, y determinados a convertir esos predios en campos de acción para lucrar –ellos, los suyos y sus amigos-.
Desaparecieron los liderazgos políticos; las figuras históricas de los partidos se han resignado a recluirse en unos pequeños espacios, casi que solo dispuestos a chinear nietos, y muy temerosos de que la despiadada guerra decretada por los “poderes fácticos” (que no renuncian a la ambición de marcar la ruta –su ruta a la medida de sus voluntades y caprichos-) los vuelva a poner en su mira; como ya lo hicieron años atrás en aquella persecución mediática, cuando quisieron aniquilar su influencia y su presencia en el arco de la política.
En ese entorno de grave y peligroso contenido, el país se revuelve por la agitación que desatan los desequilibrios sociales, con una pobreza que se acentúa del brazo del desempleo y que salta al lado de una creciente riqueza de segmentos muy limitados, con una inseguridad pública sin precedentes, y con lánguidas perspectivas de que la educación pública de calidad y cuantía a la medida de los retos del crecimiento, reaparezca resplandeciente como en un ayer que añoramos. Y para peores males, con un Presidente de la República no solo víctima de su flácida experiencia política; también de la carencia de un equipo de gobierno experimentado en las artes de gobernar y de un riesgoso distanciamiento de lo que es la negociación con los segmentos calificados (que los hay) para construir la tarea de reconstruir el edificio social, político, administrativo y financiero de Costa Rica.
Pena da ver en ese complejo escenario a la Asamblea Legislativa participar activamente en el esfuerzo, no de construir la plataforma de salvamento, sí en el nada meritorio propósito de zancadillearle. Tal es el resultado de una grave miopía política que les hace creer –a unos grupos parlamentarios cuya actuación los asemeja al desplazamiento propio de los serpentarios- que fueron elegidos para enfrentar la acción del gobernante con la determinación con que se pone el pecho al enemigo de la Patria y no con el sano interés de salvar al país de un enfoque errado de parte del Jefe de Estado.
Y por si fuera pequeño el aquelarre, hay que tomar en cuenta la reentrada a tal escenario de algunas empresas periodísticas, quizás reeditando la sibilina visita que conspicuas figuras empresariales y periodísticas le hicieron al victorioso líder de la revolución del ’48 –José Figueres- y le propusieron canjear la paz editorial por la derogatoria de la Reforma Social de Calderón Guardia. Hoy no son los mismos, pero sí casi los mismos; al menos por la agenda que les inspira: recuperar un papel determinante en el conglomerado de los “poderes fácticos”, afán que les lleva también a deformar los principios fundamentales de la deontología periodística. “París bien vale una misa”, diría Enrique IV.
Es lo que estamos presenciando en este cuatrienio, evidentemente complicando más el acaecer político ya de por sí atrofiado por una maraña de factores que profundizan las torpezas que se anidan en el Ejecutivo y el Legislativo.
Como que resulta visionario el temor de Daniel Oduber (RAICES DEL PARTIDO LIBERACION NACIONAL, Notas para una Evaluación Histórica) al advertir –ya desde 1985- de los descarrilamientos que asomaba la marcha del país y de la responsabilidad que le cabría a los partidos políticos por lo que le pudiera suceder a nuestro sistema democrático si no atendiesen los retos de enmendar errores.
Admonición esta otra de Oduber, valedera tanto para quienes llegan al Poder Legislativo cuanto para quienes son ungidos para asumir el Poder Ejecutivo: “La democracia temperamental no es más ni menos que el personalismo de un individuo que llega al poder y, de acuerdo con su temperamento, hace lo que le da la gana y se convierte prácticamente en dictador”.
Esa es la penumbrosa realidad que nos coloca tal vez no al lado del precipicio pero sí hundidos en un pantano. ¿Cómo salir de ahí, cómo evitar ahogarnos?.
Un político de larga trayectoria, refinada experiencia, aguda capacidad interpretativa y arraigada vocación por la negociación –Rolando Laclé Castro- vuelve a la carga y recalca la necesidad de un acuerdo nacional, un acuerdo de actores de pluralidad de pensamiento y de diversa procedencia política que sirva de plataforma a la inspiración de las decisiones del Ejecutivo y del Legislativo encaminadas a sacar al país del pantano en que está pegado.
Rolando acaba de publicar LAS LUCHAS DE MI VIDA, un prolijo repaso de sus andanzas por la política, sus experiencias alentadoras unas y decepcionantes otras, pero encaminadas a coadyuvar en la gestión administrativa y parlamentaria. Y muy a propósito del panorama del presente en que el país luce atorado ante la diversidad y gravedad –también- de los problemas recuerda que “durante muchísimos años en este país los políticos pudimos ponernos de acuerdo, pudimos llegar a algunos consensos…. Yo creo –escribió- que este país necesita un gran acuerdo nacional sobre las cosas importantes donde debemos ver cómo nos ponemos de acuerdo para hacer las transformaciones”.
En sus reflexiones en este libro y recalcadas en su presentación en estos días, Laclé cuestiona las tendencias que buscan la confrontación y la división. “Si queremos seguir progresando, si queremos seguir defendiendo la democracia, los derechos humanos, todos los principios que han hecho grande a Costa Rica, hay que unirse y hay que hacer menos división y más coincidencias”.
Rolando –muy querido amigo- lleva toda la razón. Lo que no me ha hecho saber es cómo construir ese gran acuerdo nacional en medio de la ausencia de líderes de fuste y prestigio, de partidos políticos más allá del significado de una inscripción en el Registro Electoral, y de una carta de presentación avalada por los contingentes electorales que a gritos hoy piden un cambio de agenda y de presentación.
Evidentemente, si seguimos en la ruta en que vamos, con las herramientas que se están empleando en la política y con esa bronca con tintes de confrontación desalmada, estéril y lesiva al interés público, nos aproximaremos al precipicio. Recuerdo a Mahatma Gandhi: “Ojo por ojo….. y terminaremos ciegos”.
(*) Álvaro Madrigal es Abogado y Periodista