(ElPaís.cr, 28 de junio)
Intachable en su vida personal, en su desempeño en la judicatura, en su docencia, el Dr. Paul Rueda Leal se mantiene como magistrado de la Sala Constitucional de la República. Fracasaron las intrigas parlamentarias que querían defenestrarlo en el interés de advertir al tribunal de lo constitucional que determinada manera de pensar reflejada en los votos que redactó él, no ha de tener curso a lo futuro.
De virtuosa trayectoria y vocación por la Justicia Constitucional, ojalá su trazo halle auspicioso espacio para ejemplificar cuán mejor se construye la misión de un buen juez.
Sometidas a un meticuloso y a ratos impropio proceso de indagación su vida personal y su vida profesional, Rueda Leal salió con argentos registros. Un proceso quizás ideado bajo los moldes de aquellas ordalías propias de los tiempos en que la libertad de pensamiento se reprimía con la guillotina, valió para poner de relieve las altas calificaciones de este constructor del Derecho Constitucional.
Y como no encontraron lunares en su vida, algunos diputados con la inspiración higadosa que no con la nutriente de la razón, hurgaron en los contenidos de sus fallos. Y como no hallaron prevaricatos ni estupideces, sólo pudieron externar a los cuatro vientos que abogados con ese decálogo de pensamiento inserto en la cabeza de Paul Rueda, no deberían llegar a la Sala Constitucional.
¡Muera la inteligencia! El grito del general José Millán Astray en los desenfrenos de lo que sería la intolerancia franquista, nos vino a la memoria.
Ya quisieran esos francotiradores exhibir las calificaciones de Paul Rueda.
A quien imparte Justicia, a quien construye la sociedad con sus aportes en la interpretación de la Ley y en la asignación de la razón apoyada en el Derecho, solo debe exigírsele capacidad profesional, integridad moral y probidad personal. Jamás una forma determinada de pensar. Demandar de él que piense así o que piense asá, es hincar la administración de la Justicia y someterla a los dictados de quien detenta el poder para determinar la composición de las estructuras del Poder Judicial. Solamente en los regímenes de inspiración autocrática tienen cabida tales versiones.
Estos incidentes como los que bordearon la maniobra montada para torpedear la continuidad de Paul Rueda Leal en la Sala Constitucional, mueven a pensar –una vez más- acerca de la necesidad de reformar la Carta Magna en el capítulo de elección de los diputados para reconocerle al ciudadano la facultad de votar por nombres y no por papeletas en cuya conformación el votante no tiene ni pizca de participación.
Si cambiase nuestra forma de elegir, más de un legislador que entró a la papeleta por la ventana de atrás, no habría calificado ni para ujier de sala de billar.